Por estos días circulan en la Web y por las calles grupos que
proclaman una Villa Constitución sin villas. Deberían recordar al
menos este fragmento del preámbulo de la Constitución Nacional: "...
consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el
bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para
nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo
que quieran habitar en el suelo argentino..."
Aún cuando en este país se recuerda con dolor una dictadura militar
que exterminó, desapareció y borró la identidad de miles de
ciudadanos. Aún cuando a algunos se nos pone la piel de gallina de
solo pensar en el terror vivido por aquellos tiempos, aún con todas
esas imágenes en la memoria del horror, se siguen escuchando palabras
de desprecio, de odio y de ganas de desaparecer o exterminar a
otros-as, otros y otras que son seres humanos.
Me preocupa los discursos que proclaman a la propiedad privada más
valiosa que la vida de cualquiera. Me ensombrece la falta de
solidaridad que se manifiesta ante la llegada de "personas" de zonas
"vecinas".
Personas, seres humanos, hombres, mujeres, niños y niñas de carne,
hueso, espíritu, alma, como los buenos cristianos de acá, que llegan a
la ciudad en busca de mejores posibilidades y encuentran no solo más
miseria sino a otros "seres humanos" idénticos a ellos que los
desprecian y que sueñan conque desaparezcan del mapa o al menos de sus
campos visuales nublados por el consumismo.
Resulta que por las calles chorrea el discurso de "los de aquí" y "los
de allá". Los de aquí, que no son los dueños originarios de la tierra,
porque a esos también los exterminaron los que vinieron de allá, del
otro lado del charco, de Europa, los que venían con la cruz y la
espada a robar, a quemar, a deshacer la lengua de los de acá. Los de
aquí, que tienen esta tierra porque sus abuelos, y porque no, sus
padres vinieron de allá, de Europa del otro lado del charco sedientos,
hambrientos y destruidos por las guerras, que vinieron con lo puesto y
menos también y se hicieron la América, la América que era de los de
acá, de los de acá que ya no están.
También eran los de allá, los de las provincias, que vinieron a
trabajar en las fábricas, cuando las fábricas prometían una buena
vida, una vida mejor que la que se vivía en el campo, en el campo que
en el principio de las épocas era de los de acá, de los que murieron
en manos de los de allá, los que llegaron con la cruz y la espada.
En definitiva, los de acá nunca fueron de acá siempre fueron de allá,
tan de allá, como los que vienen ahora, que vienen igual que los que
venían de Europa, los abuelos o los padres de los de acá, miserables,
pobres y con ganas de vivir mejor.
En verdad, me angustia ver tanta energía puesta en juzgar a los de
allá y no denunciar a los de acá que lucran con la miseria.
Las multinacionales, las que se hacen la América acá, delinquen y a
cambio de un sueldito miserable enferman, atrofian y roban mucho más
que los de allá.
Los que siembran soja en los campos que eran de los de acá, destruyen
la tierra, envenenan el agua y hambrean a muchos.
Los poderosos, los que gobiernan y negocian con la vida de todos y
todas, no están siendo juzgados, ni sospechados, porque no viven en
una villa de emergencia, viven de nuestras necesidades emergentes.
En verdad, alguna gente de esta ciudad se me presenta como un perro
hambriento que muerde a otro más miserable que él, en defensa de las
sobras que le tira el amo.
Gabriela Lorenzo
menos este fragmento del preámbulo de la Constitución Nacional: "...
consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el
bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para
nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo
que quieran habitar en el suelo argentino..."
Aún cuando en este país se recuerda con dolor una dictadura militar
que exterminó, desapareció y borró la identidad de miles de
ciudadanos. Aún cuando a algunos se nos pone la piel de gallina de
solo pensar en el terror vivido por aquellos tiempos, aún con todas
esas imágenes en la memoria del horror, se siguen escuchando palabras
de desprecio, de odio y de ganas de desaparecer o exterminar a
otros-as, otros y otras que son seres humanos.
Me preocupa los discursos que proclaman a la propiedad privada más
valiosa que la vida de cualquiera. Me ensombrece la falta de
solidaridad que se manifiesta ante la llegada de "personas" de zonas
"vecinas".
Personas, seres humanos, hombres, mujeres, niños y niñas de carne,
hueso, espíritu, alma, como los buenos cristianos de acá, que llegan a
la ciudad en busca de mejores posibilidades y encuentran no solo más
miseria sino a otros "seres humanos" idénticos a ellos que los
desprecian y que sueñan conque desaparezcan del mapa o al menos de sus
campos visuales nublados por el consumismo.
Resulta que por las calles chorrea el discurso de "los de aquí" y "los
de allá". Los de aquí, que no son los dueños originarios de la tierra,
porque a esos también los exterminaron los que vinieron de allá, del
otro lado del charco, de Europa, los que venían con la cruz y la
espada a robar, a quemar, a deshacer la lengua de los de acá. Los de
aquí, que tienen esta tierra porque sus abuelos, y porque no, sus
padres vinieron de allá, de Europa del otro lado del charco sedientos,
hambrientos y destruidos por las guerras, que vinieron con lo puesto y
menos también y se hicieron la América, la América que era de los de
acá, de los de acá que ya no están.
También eran los de allá, los de las provincias, que vinieron a
trabajar en las fábricas, cuando las fábricas prometían una buena
vida, una vida mejor que la que se vivía en el campo, en el campo que
en el principio de las épocas era de los de acá, de los que murieron
en manos de los de allá, los que llegaron con la cruz y la espada.
En definitiva, los de acá nunca fueron de acá siempre fueron de allá,
tan de allá, como los que vienen ahora, que vienen igual que los que
venían de Europa, los abuelos o los padres de los de acá, miserables,
pobres y con ganas de vivir mejor.
En verdad, me angustia ver tanta energía puesta en juzgar a los de
allá y no denunciar a los de acá que lucran con la miseria.
Las multinacionales, las que se hacen la América acá, delinquen y a
cambio de un sueldito miserable enferman, atrofian y roban mucho más
que los de allá.
Los que siembran soja en los campos que eran de los de acá, destruyen
la tierra, envenenan el agua y hambrean a muchos.
Los poderosos, los que gobiernan y negocian con la vida de todos y
todas, no están siendo juzgados, ni sospechados, porque no viven en
una villa de emergencia, viven de nuestras necesidades emergentes.
En verdad, alguna gente de esta ciudad se me presenta como un perro
hambriento que muerde a otro más miserable que él, en defensa de las
sobras que le tira el amo.
Gabriela Lorenzo
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